domingo, julio 22, 2007

Hoy me encontré con esta grata sorpresa

Esquina Brasil y Defensa.

Fue grato para mi descubrir, tal como lo había dicho, qué cada uno de sus clientes, eramos un pedacito del Británico.











BAR BRITANICO

UN REMANSO DE ARTISTAS BOHEMIOS Y AMIGOS

En San Telmo y sus alrededores Nº 23

Julio 1999

Desde la ventana se ve pasar a hombres enloquecidos bajo un ritmo supersónico, que viajan desesperados por las calles de Brasil y Defensa en busca de algún negocio, trabajo, amor o simplemente un recuerdo. Es necesario cruzar el umbral, deslizarse por las puertas añejas del bar, para que el 2 x 4 nostálgico y seductor revolotee por las cabezas de aquellos que en ese instante, dejan detrás su anonimato para atornillarse al Británico y descansar en familia.

El bar mantiene un estilo propio, lejano, en una construcción de principios de siglo XX y que permanece en el presente como una burbuja que resiste al paso del tiempo. Sin embargo no se conoce en detalle su origen, "ni los dueños saben como comenzó todo" comenta Carlos, empleado del Británico desde hace más de 17 años, y continúa diciendo: "tenemos de referencia lo que la gente como cliente nos cuenta".

Se dice que fue allá por la década del 20, que en ese mismo edificio funcionaba una pulpería con el nombre de "La Cosechera". Ésta fue punto de reunión y encuentro de excombatientes Ingleses de la primera guerra mundial, alojados en la vieja casona de la avenida Garay, lo que hoy se conoce como el Hotel Savalía. El barrio por aquella época también contaba con "el conventillo de los ingleses", así se le decía a la construcción que se levantó por aquellos años en Bolívar y Caseros para albergar a los directivos de los Ferrocarriles del Sur, compañía del Reino Unido.

Es por ello y gracias a la creatividad de su antiguo dueño, que la vieja Cosechera se pasó a llamar Bar Británico.

Su ubicación es casi estratégica, está rodeado de periódicos como Clarín, Crónica, Página 12, y además, se ve poblado de atelieres que hacen del lugar un encuentro de pintores, músicos, periodistas y escritores como Ernesto Sábato, que encontró parte de su inspiración de la novela "Sobre Héroes y Tumbas" sentado en la intimidad del reservado, ese rinconcito que divide al bar en dos, pero sin hacer distinción de clientes. Viejos habitués supieron ser los hermanos Américo, jugadores de San Telmo, o Adolfo Pedernera y Don Abel Ferreira de Boca Juniors. Hoy son frecuentes las visitas de artistas plásticos de gran peso como Norberto Gómez, Felipe Noé, o también músicos de la talla de Jorge Pinchevsky, que encuentran en el bar su remanso.

Los dueños actuales, Miñones, Manolo y José, tres mozos provenientes de Galicia; tomaron el bar allá por los años ´60 y mantuvieron su estructura básica sin hacer ninguna reforma. Ello hace que al entrar se perciba esa "magia de lo antiguo" dice Carlos coincidiendo con Pascual Beldeverde, reportero gráfico, que con un licor en la mesa, asegura que es "uno de los pocos lugares, sino el único, que se mantiene abierto las 24 horas" y agrega: "vos podés venir en cualquier momento y por más que estés solo te podes encontrar con un amigo o charlar con el mozo, tomar una ginebra , un café, un vino y pasar un momento grato. Eso en otros lugares ya se perdió". Su compañero Cacho Velardochio, también reportero gráfico asiente con la cabeza y tira su frase: "Son como pedacitos del Buenos Aires viejo que van quedando", permanece unos segundos en silencio y continúa: "Mirá, hace 20 años que no venía por acá y está igual. Es un pedacito viejo pero también tuyo."

A lo largo del tiempo, el Británico se convirtió en un eterno testigo de las cambiantes épocas y modas de los argentinos. En los ´60 se vistió de fiesta y no desentonaba para nada con la gran movida cultural. En sus mesas cobijaba a estudiantes de la Facultad de Bellas Artes (ubicada por aquellos años en la calle Brasil e Ingeniero Huergo). Fueron los chicos, que apasionados en las exposiciones y eventos culturales, agradecieron el permiso de los dueños y crearon el primer panel literario del barrio. Pero no todo fue bellas artes, en la década del ´80 el bar chocó con la tristeza del nacionalismo hueco de la Guerra de Malvinas en el momento que "alguien" rompió la vidriera de un piedrazo. Los propietarios del bar que no querían involucrarse en peleas nacionalistas cambiaron el nombre. Para sorpresa de todos lo rebautizaron como "Tánico" con las mismas letras y logo pero sin el "Bri". Pasaron los meses, la guerra, los años y el "Tánico" aun se mantenía, "hasta que un buen día" recuerda Carlos, "nos encontramos con la visita de un turista griego que preguntó el por qué del cambio de nombre. Se le dio una respuesta que no comprendió y luego nos comunicó que en su lengua esa palabra significa muerte. Enseguida se llamó al letrista y se dibujó el Bri faltante".

Hoy aquel suceso se rememora con una sonrisa, una anécdota más entre tantas de un bar histórico como el Británico en el que, a pesar del paso del tiempo, la canción sigue siendo la misma: Manolo transita el salón con una "Valle Viejo" en su bandeja, detrás de él, Carlos "le baldea las patas al escabio". En sus mesas se encuentran los viejos amigos, músicos, escritores, estudiantes de periodismo, historia, psicología, todos comparten un momento; una eternidad. En el reservado una chica escribe y mira por la ventana, cerca de ella una pareja se besa y, del otro lado de la vitrina, bajo el panel cultural, se encuentra la mesa de ajedrez atestada por fanáticos que se pierden en su juego. Y todo transcurre con calma en un ambiente característico del bar tradicional porteño.
Patricio Escobar



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